
La búsqueda de curas para las enfermedades con el fin de vivir más y mejor es probablemente tan antigua como la humanidad. En esta búsqueda a lo largo de la historia se han ido mezclando religión, magia y otras artes. Pero en los últimos siglos, poco a poco, la ciencia ha ido cogiendo fuerza y, al menos en las áreas del mundo más desarrolladas, nos encomendamos a la ciencia médica para conseguir una vida más larga y una mejor calidad de vida.
La medicina es la ciencia dedicada a la prevención, el diagnóstico, el pronóstico y el tratamiento de las enfermedades y, en general, de los problemas relacionados con la salud de los seres humanos.
Ya en la Prehistoria se ponían en práctica una serie de habilidades y conocimientos que frecuentemente tenían conexiones con las creencias religiosas y filosóficas de la cultura local. La primera forma de ciencia médica se remonta al siglo V a.C. y está ligada a la figura de Hipócrates, el médico griego que ha dado nombre al juramento pronunciado hoy día por los futuros médicos.
En los últimos siglos la medicina se ha convertido en una disciplina rigurosamente científica. El conocimiento científico se obtiene metodológicamente mediante observación y experimentación en campos de estudio específicos. Dicho conocimiento se organiza y se clasifica respecto a su base. A partir del razonamiento lógico y el análisis objetivo de datos se formulan hipótesis, se deducen principios, se enuncian leyes y se construyen modelos, teorías y sistemas gracias al método científico.
Los avances y progresos de otras disciplinas como la fisiología, biología y química han contribuido también en que la medicina se transforme en una ciencia moderna, basada en pruebas de eficacia, contribuyendo, junto a las mejoras en la alimentación e higiene de la población, a la disminución de la tasa de mortalidad y aumentando la esperanza de vida.
Sin duda, gracias a la ciencia, hemos aprendido cómo funciona el cuerpo y la mente (o por lo menos una gran parte) y qué sucede cuando alguno de ellos se lesiona o enferma. Lo hemos aprendido y lo seguimos aprendiendo gracias a los avances tecnológicos. Avances que nos han permitido analizar moléculas y cuantificarlas, tecnologías que nos permiten ver “el interior” del cuerpo cada vez con más precisión.
La tecnología aplicada a la medicina
La tecnología nos brinda soluciones cuando algún aparato o parte deja de hacer su función (por ejemplo, con prótesis cada vez mejores) o cuando nuestro corazón late a destiempo (marcapasos).
La tecnología nos está permitiendo comprender cómo funciona nuestro sistema nervioso, la parte más intima de la humanidad. Los avances nos permiten comprender como ciertos cambios físicos y químicos de unas estructuras muy pequeñas (los receptores) producen unas corrientes eléctricas (potenciales de acción) que viajan por el cuerpo e informan al cerebro de todo lo que pasa o cómo las células nerviosas controlan nuestros movimientos y regulan la temperatura de nuestro cuerpo. Sin estos conocimientos, no hubiéramos podido planificar la respuesta a lesiones y a enfermedades.
La tecnología nos ha permitido estimular estructuras nerviosas con el fin de recuperar una función perdida y el futuro aguarda la posibilidad de sustituir tejidos enfermos con tejidos sanos. Tendremos implantes o prótesis que nos permitirán caminar si no podemos o ver si somos ciegos. Ahora mismo no, pero en el futuro…
El conocimiento de cómo funcionamos a nivel celular y molecular nos ayuda a crear fármacos cada vez más selectivos, como llaves diseñadas para encajar en una única cerradura que abren o cierran una célula o un circuito y permiten bloquear una enfermedad o un síntoma que nos obliga a malvivir. Sin embargo, todos estos avances, no han conseguido curar la totalidad de las enfermedades que padecemos y eliminar el sufrimiento que estas conllevan.
Dolor neuropático crónico
Seguimos con una gran cantidad de humanos que sufren, por ejemplo, dolor crónico. Sabemos mucho sobre el dolor, conocemos sus receptores, sus vías nerviosas, su utilidad como función sensorial que nos alarma si estamos haciendo algo peligroso para nuestros tejidos, como acercarnos demasiado a una fuente de calor intensa. Pero cuando esta función sensorial se convierte en una enfermedad per se, y el dolor solo nos recuerda que está allí, sin ninguna utilidad reconocemos nuestra impotencia.
La ciencia no oferta una solución a todos los pacientes con dolor crónico como por ejemplo el causado por una lesión del sistema nervioso (dolor neuropático). Suena a una enfermedad que les toca a pocas personas desafortunadas, pero, ocho de cada cien personas sufrirán dolor neuropático una vez en la vida, y una parte de estas personas tendrá un dolor de este tipo en forma crónica.
Continuamos buscando más claves que encajen en las cerraduras correctas y nos permitan mejorar la calidad de vida de los pacientes que sufren dolor. Y solo la ciencia nos ayudará en encontrar la solución. Trabajamos para que los pacientes que cada mañana de cada día de su vida se despiertan con dolor y que no consiguen con las herramientas médicas actuales reducir este síntoma. Queremos un mundo sin dolor crónico. ¡Ahora mismo no! pero en el futuro… y cercano.
En Fellow Funders hemos abierto una ronda, la segunda, con Neurofix, biotech española que desarrolla fármacos y terapias para tratar patologías que afectan al sistema nervioso. Su fármaco NFX88, destinado a paliar el dolor neuropático originado por lesiones o enfermedades de la médula espinal, está en la última fase, previa a la aprobación y comercialización.

Dr. Antonio Oliveiro
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